La alegría de comer

Todos sabemos que las comidas familiares son buenas, bonitas y baratas, si te invitan, la BBB. Todo puede ser bonito, o quizá no tanto

Jesús Martínez

Te levantas de la cama alegre, con brío e ímpetu. Es fin de semana, tienes comida familiar y encima por la patilla (no es que vayas a comer por las orejas, que dudo que sea factible, es que te van a invitar…).

Hay dos tipos de comidas familiares: las de compromiso de tu propia familia y las de compromiso de la familia de tu novia. Las segundas son mejores, saludas de forma breve y concisa (no sea que se piensen que les aprecias más de la cuenta), te sientas y solo tienes que centrarte en comer. CARPE DIEM. No tienes que pensar temas para hablar con tus primos que no ves desde la comunión, ni tienes que afirmar escuchando a tu tía abuela que te está dando la brasa (no me refiero a que te queme, solo te habla sin parar hasta que te explota la cabeza y tú no hablas). Es perfecto, a comer y a disfrutar de los placeres de la vida: los sabores de la comida y tener el buche lleno.

Te vistes de forma neutral, ni muy arreglado ni muy desaliñado, lo justo para estar cómodo y disfrutar del empacho. Porque todo el mundo sabe que cuando te vas a una comida familiar sueles salir rodando en vez de caminando. Llegas al restaurante, un sitio de calidad. Te sientas y ya empiezan a llegar los olores, la boca se te hace agua, ¡qué bueno!

Peroooo, cuando te relajas salta la ALARMA ¡Hay niños cerca!, a dos sillas, ¡NO! ¡NO! ¡NOOOOOOOOO! Y todo el mundo sabe que ‘el que con niños se acuesta meado se levanta’.

Respiras y te tranquilizas, no tiene que pasar nada…

Entonces es cuando EMPIEZA EL SHOW.

Los niños comen tres tonterías, se levantan de la mesa y empiezan a correr dando vueltas por aquí y por allá. Al rato, entre paté y paté, se te sienta un niño al lado, te mira y te pide agua. Tú le dices que sí y mientras lo miras te das cuenta de algo asqueroso… tiene un MOCO GIGANTE que le sobresale de la nariz, es del tamaño del Everest, ¡VAYA ASCO! Miras el paté de pavo y no quieres más.

Siempre hay un niño que sufre el síntoma de «pasar de todo«, esos son los mejores. Está con la consola, sin molestar a nadie, jugando sin parar. Entonces llega la abuela y le dice: «Niño, ponte con la maquinita encima de la mesa», a lo que le niño contesta: «S». No, no le falta la ‘í’, los niños de hoy en día contestan así.

Cuando te has sobrepuesto y se han llevado ya el paté, llega la tabla de ibéricos… ¡Qué bueno! Coges dos piezas, conversas con tus acompañantes no niños, y cuando vas a coger un trozo más, ¿¡Ya no quedan!? Entonces te preguntas dónde están ¿¡Los malditos niños se los han llevado todos!? Te levantas y pisas algo resbaladizo, miras y sí, acabas de pisar un trozo de salchichón, y al lado hay algunos trozos de jamón serrano… Encima de que no te dejan comer, te fastidian si te quieres levantar, vas como deslizándote por una pista de patinaje, ¡HAY QUE JODERSE! Saltando entre las losetas salchichonadas.

Mientras, la abuela ha vuelto 50 veces a decirle al niño que pasa de todo (sí, el que está con la consola) que ponga la maldita maquinita en la mesa para poner la espalda recta… ¡PERO QUIERES DEJARLO EN PAZ! ¡Qué no molesta a nadie!, a ver si se va a levantar y va a empezar a molestar.

Llega un punto clave, la madre coge al bebé y le da de comer ensaladilla rusa. Total, que el niño acaba con ensaladilla por todo el cuerpo, en todos lados menos en su barriga, ASCO. Toda la mesa guarreada, el niño para meter a la lavadora y una alegría que te entra en el cuerpo cuando ves el espectáculo, AGONÍA.

Mientras tanto ya tienes la cabeza como un bombo de escuchar a la abuela decirle al niño de la consola que la ponga encima de la mesa, ya van 199 veces. Vuelve para la 200 y el niño le dice: «Ahor» (no, joder, no falta la ‘a’, los niños de hoy en día contestan así). Estás ya cabreado, te acercas al de la consola y le susurras con los dientes entrecerrados: «O pones la maquinita sobre la mesa, o le pego un bocado y te la rompo, ¿val?» (no, no falta una ‘e’, hablo como ellos para que me entiendan). El niño te mira, y la pone rápidamente. No, los niños no son tontos.

Y así trascurre la agónica comida. Esa que iba a ser un éxito y ha sido un completo, digamos, ASCO.

Moraleja: «Más vale pájaro en mano que ciento volando» ¿Tiene algo que ver con la historia? Pues no, pero me gusta.

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